domingo, 17 de abril de 2011

La India cultural y religiosa


Son las 5 de la mañana, medio dormidas oímos como suena el despertador, pero el sueño nos invade y paramos la alarma. Al rato, Santi nos viene a buscar. Nos vestimos y vamos a desayunar en un pequeño puestecito a la vuelta de la esquina, allí nos encontramos a Sara, tomamos chai y decidimos posponer la Mother house para mañana e ir a visitar la ciudad.
Sara nos recomienda ir a Kalighat Temple, el templo hindú más conocido de la ciudad. Coincidiendo en festivo, el templo se transforma en una marea de hindús que recorren no tan solo el templo si no también el mercadillo que lo rodea y lo amaga.
En una de las puertas del templo encontramos a un sacerdote que nos hace de guía por un módico precio: ¡1000 rupias más propina! (Son alrededor de 25 euros). Nos muestra el templo y realizamos unos rituales ante un árbol sagrado y Siva. Además vemos sacrificios de cabras. Y dejamos al “tiquismiquis” que llevamos dentro y andamos descalzos por el templo, pisando un suelo negruzco y lleno de flores de hibisco pisoteadas. Se siente uno libre, despojado, sin prejuicios, sin tonterías en la cabeza, sucio, pero eso deja de tener importancia. Los malos pensamientos se desvanecen en ese templo, aunque regresan al llegar al Raj dónde un grupo de voluntarios nos preguntan: ¿Cómo mucho les habréis dado 100 rupias no? Nuestra cara se vuelve todo un poema.
Al volver a Sudder Street, compramos ropa en una tienda al lado de Raj, dónde conocemos a Hashim y a otro chico indio. Parece mentira, pero nos pasamos dos horas hablando con ellos, tomando chai que nos invitaron y comprando. Ahí es cuando me doy cuenta de que el indio parece serio, pero no lo es, es un bromista nato y un buen actor.
Antes de cenar en el Raj, hacemos una sesión de guitarra y otra de yoga en la habitación de Santi, que nos devuelven toda la energía que hemos gastado por Kolkata. Sería un reto para mi y para muchos hacer yoga en medio de Kolkata, con tanto ruido y caos ¡aquí no hay quién se concentre! Pero el poder de concentración del yoga puede con todo y por las calles se puede ver a gente haciendo yoga en este entorno tan bullicioso.
Durante la cena, conocemos a Javi de Córdoba, a Mario de Talavera y a Anna de Roma y nos vamos a tomar una cerveza en la calle con ellos, dado que en el Raj no nos permiten llevar alcohol y además nos echan porque es muy tarde.
Disfruto mucho escuchando las historias de los demás voluntarios, es impresionante, todos vienen solos, dejando toda una vida atrás. Te das cuenta que la mayoría busca en India lo que no ha encontrado en su país. Aquí son otra persona, es como si tuvieran un mundo paralelo, por una parte tienen una vida en su país bajo unos valores y un estilo de vida deshumanizado, y por otra, una vida en la India, dónde no planean, se dejan llevar y “rehumanizar” por los indios.
Digo rehumanizar, porque la mayor virtud del indio es que pese a su organización basada en castas que a veces puede resultar nada humana, el indio lo comparte todo. Sin ir más lejos, buscando un lugar para cenar, conocemos a dos hermanos, una niña y un niño, jugando con ellos a la niña se le cae una rupia del bolsillo, el niño se acerca con la intención de quedársela, pero la coge la niña y ésta en vez de metérsela en el bolsillo se la da a su hermano.
En India el que tiene poco le da lo poco que tiene al que tiene menos.

1 comentario:

Sara Romero dijo...

molt macu... :)
però....tinc intriga per saberquin nom t'has posat ara ja que he llegit que Laura...ejem,ejem! jejeje
un petonet!